Es la primera vez que pase tanto tiempo lejos de casa. Si bien este hecho de emigrar siempre fue mi sueño, no voy a negar que empezar a diseñar mi nueva vida no fue algo fácil. Me enfrenté a muchos miedos, a muchas trabas, a mucha ansiedad y ganas de saltar etapas. Igualmente, una vez que llego el día de irme, la sonrisa que se generó mi cara ya no la pude borrar.
 
No es fácil. Hay que soltar muchas creencias, hay que derribar muchas barreras. Hay que pensar todo el tiempo que podes hacerlo. Esta fue la parte que más me costó construir, porque tenia ( y a veces todavía reaparece) un gran “no puedo” instaurado en mi ser. Asique contra eso fui, salí al mundo creyendo que no podía un montón de cosas, y casi un año después, me doy cuenta que puedo con todo lo que quiera. Y seguramente hay mucho más “si puedo” que todavía no descubrí. No se preocupen, no te preocupes Marina, todavía hay muchos viajes ahí pendientes, muchas situaciones esperándote para demostrarte una vez más, que podes.
Pero, en este casi primer año de viaje, aprendí más de mi y del mundo de lo que esperaba. Aprendí que el idioma es una barrera para relacionarte, sí, pero que siempre hay formas de comunicarte con el otro y aprender. Aprendí, en esas ganas de comunicarme, que no necesitaba ser bilingüe para poder charlar con otro, o para poder trabajar. Aprendí que tenía la vara muy alta sobre mi misma, y sobre el resto, y que con constancia y esmero podemos estar en un país con otro idioma y relacionarnos igual.
 
Va a costar, sí, y  quizás no puedas tener un alto puesto en un bar o comercio, pero vas a poder trabajar y vas a poder relacionarte. Depende más que nada de intentarlo. Tan simple y tan complejo como suena.
 
También aprendi que se puede disfrutar del trabajo. Compartir horas de cada día con culturas diferentes, con historias de vida tan diferentes, te hace ver el trabajo de otra manera. Simplemente como lo que es: un medio para un fin. En mi caso, la oportunidad de mejorar mi inglés, ahorrar algo de plata y viajar. Qué diferente suena eso a como veía mis horas (eternas, tortuosas, aburridas) en la oficina.
 
Aprendí algo muy importante: a ser feliz. Y lo aprendí a cuestas de haber tenido mucha angustia durante mucho tiempo. Y ahora, veo hacia atrás, y me cuesta pensar en mí de esa manera: llorando, sin saber bien para donde ir o como seguir. Sin saber qué hacer.
Hay días que tampoco se que hacer, que no se para donde ir, que me da miedo ver la cuenta del banco y no tener la plata suficiente para continuar. Pero esos días, respiro hondo, me tomo un mate y trato de sonreír. De pensar en todos los miedos que derribe y en todo lo que logre, pensar en la persona que logre construir, y desde ahí darme cuenta que puedo seguir.
 
Porque eso es lo que aprendí viajando: no somos lo que siempre creímos ser. Somos lo que queramos ser. Soy una persona que va mutando, que se liberó de todo lo que la apremiaba para dejarse ser. Porque todos los días puedo aprender y  crecer, puedo ser alguien diferente.
Compartir en:

Otros Artículos