Cuatro meses antes de irnos de Argentina, nos mudamos a Escobar, para poder ahorrar. Vivir solos y querer juntar plata no es una ecuación que se da de forma muy satisfactoria en nuestro país. Así que, nos fuimos a lo de los papás de Marian, para que las cosas sean un poco más fáciles mientras nos reintentábamos. Más de un departamento me ha visto derramar ideas, pensamientos, charlas y escritos sobre la vida que comenzaba a diseñar. Miro para atrás, y siento que todo eso pasó en otra vida, que fue otra persona la que se sentaba frente a la computadora durante horas a leer sobre visas de trabajo en otro país, bien lejos de donde estaba googleando. Parece que fue otra persona la que logró embalar de a poco todas esas prendas que tanto le costo comprar, para venderlas en una feria. Para ver como, otras personas se llevaban con una gran sonrisa esos zapatos de marca que quizás en otro momento no se podían comprar.
Empecé a entender el sentido de vivir liviano, de tener y usar lo que necesitamos, y no tan solo acumular. Tengo que admitir que vaciar mi casa fue una tarea extremadamente difícil: si bien era un proceso por el cual ya había pasado gracias a tantas mudanzas, esta vez era diferente: esta vez estaba vendiendo la biblioteca que habíamos diseñado para ese espacio especial de mi casa. Esta vez, dejaba atrás el jardín vertical que habíamos armado para nuestro balcón, era especial.
No es fácil dejar atrás nuestras cosas, a la familia, a la rutina y el día a día. Fue terrible tener que decirle chau a mi perrita, y verla mover la cola por la ventana, creyendo que al poco tiempo voy a regresar. O hablar con mis abuelos por teléfono, y escuchar como sollozan al cortar. No es fácil, nada fácil.