El primer tren que tomamos fue Moscú – San Petersburgo, un tramo que duró unas 8 hs y que hicimos de noche, para poder dormir ahí. Elegimos para esta primera experiencia viajar en un compartimiento solos, para poder descubrir de a poco esta nueva forma de andar. Cada uno tiene su tiempo de adaptación cuando está de viaje, y nosotros descubrimos que a veces es mejor ir de a poco para darnos el tiempo de disfrutar y compartir, para poder sacar provecho de lo que estamos viviendo.
Desde San Petersburgo tomamos el tren que nos llevó a Kazan, una de las ciudades más antiguas de Rusia. El paisaje que nos encontramos aquí fue otro: nos alejamos de las grandes ciudades y los atractivos turísticos a mansalva y entendimos la inmensidad que viste a Rusia, ya que al bajar del tren brotaron las diferencias culturales con la gran capital. En este tramo del viaje compartimos el camarote con dos generaciones de rusos: un pibe más joven que nosotros, nacido en el capitalismo, que hablaba perfectamente inglés y compartió muy poco; pero que lo más importante que hizo con nosotros fue decirnos dónde podíamos conseguir yerba al llegar a Kazan. La joyita del viaje fue una señora que había vivido la mitad de su vida en el comunismo y ahora estaba comenzando a conocer su país y estudiar inglés. Ella nos enseñó y nos señaló las diferencias entre ambos regímenes, nos dio su punto de vista y nos dio la bienvenida más cálida que alguien puede esperar. Su inglés era muy lento, lo estaba aprendiendo, pero sus ganas de conectar con el otro traspasaba cualquier diferencia cultural.
Desde Kazan partimos hacia Ekaterimburgo, un viaje que duró 14 hs. Viajamos en la tercera clase, lo que nos permitió conocer otra cara del pueblo ruso. Los vagones son abiertos, y se comparte todo: el baño, el vodka, cigarrillos y cuentos. No pudimos hablar una palabra de inglés, pero nuestro vecino de cucheta se encargó de hacerse entender a través de videos, y de taparnos con mantas cuando comenzó a refrescar y a caer la noche. ¿Se acuerdan de esta historia? Le dedique un #ShockenViajes entero a este ruso y su abrazo
(pueden leer el relato haciendo click acá)
Llegamos a Ekaterimburgo, la capital de los Urales, a las 8 de la mañana. Aquí se unen Europa y Asia. Además, en esta ciudad estuvo secuestrado y asesinado el Zar Nicolás II y toda su familia. La casa donde estaban, es ahora la Iglesia sobre la sangre derramada, que cuenta con monumentos y recordatorios destinados a preservar la memoria de la familia real.
Los colores y sabores del viaje fueron cambiando mientras dejábamos atrás la Rusia occidental para ingresar a Siberia. Paramos en Novosibirsk, Tomsk y Krasnoyarsk hasta llegar a Irkutsk, donde se encuentra el Lago Baikal, la reserva de agua dulce más grande del mundo. El paisaje en estas ciudades es diferente, así como lo es su gente, sus costumbres. Desde el tren pudimos ir apreciar la llegada del otoño y transitar uno de los paisajes más soñados.
En el tramo de la ruta que une Krasnoyarsk con Irkutsk nos encontramos con un mundo aparte. De cada vagón salían cabecitas de turistas curiosos, expectantes; que llevaban más de un día de viaje, y el cuerpo pedía bajar a estirar y tomar aire. Para nosotros fue un respiro y una alegría volver a charlar con alguien, hacía más de 10 días que no lográbamos mantener una conversación en inglés constante. Este tramo del viaje fue una fiesta: hablamos de política, de cultura, de religión y planes de vida con nuestro compañeros de camarote. Fuimos a emborracharnos con otra gente al bar del tren y terminamos en una lluvia de vodka a medianoche antes de desmayarnos y dejarnos vencer.
Desde Irkutsk partimos hacia Ulan-Ude, ciudad que es frontera con Mongolia. Aquí la geografía y la población cambia nuevamente con el trayecto que realiza el tren y el clima más árido y frío se hace notar. Hicimos noche en esta ciudad para tomar desde aquí el último tren y cruzar a Ulan-Bator (capital de Mongolia). Una vez más, el cambio de colores en el paisaje logró ser protagonista de este viaje, dándole un tinte especial a la travesía de cruzar Rusia en tren.
El paso entre fronteras es maravilloso. En los más de 6.500 km que recorrimos en tren, esta transición del atardecer entre el bosque siberiano y el amanecer frío y despoblado en el desierto mongol, es lo más impactante que vi. El paisaje es totalmente diferente, escasea el agua y la vegetación frondosa, y te acompaña con el suave andar del tren los campamentos de nómadas que comienzan a trasladarse por la llegada del invierno. Es algo que hay que vivir: amanecer en Europa, cruzar durante el atardecer Siberia y entender que desde la ventana del tren, mientras el paisaje iba cambiando, dejamos atrás Europa para ingresar al continente asiático casi sin poder perderme al contar los árboles que ya no se ven.