Yo quería ver pandas, pero en su hábitat natural. No quería ir a un zoológico atiborrado de gente, o hacer fila para sacarme una foto con el pobre animal acorralado entre gritos de turistas y los flashes de las cámaras. No quería exponerlos ni exponerme a ser parte de una actividad con la cual no comulgo más. Porque no voy a ser hipócrita, crecí en un mundo en el que es normal ir al zoológico, sacarte foto con los delfines o alimentar al elefante que misteriosamente estaba en Buenos Aires o Luján. Pero por suerte, esa normalidad con la que crecí está mutando y hoy soy parte de los que luchan por el cambio. Voy despacio, a mi tiempo, porque son muchas creencias las que hay que mutar. Son muchas las costumbres y actividades que tengo que cambiar, pero lo estoy haciendo y es lo que al fin y al cabo, cuenta.
En fin, ya con toda la investigación realizada, llegue a la conclusión de que lo único que podía hacer era ir a la reserva natural que está a 10km de la ciudad de Chengdu. Al ser la más cercana al centro, me imaginé que podía ser la más concurrida, pero así y todo necesitaba ver con mis propios ojos de que se trataba todo esto que me tuvo en vela durante tanto tiempo. Ya estaba saturada de información y experiencias ajenas. Era hora de vivir en carne propia lo que sea que pasaba en ese Centro de Conservación.
El Shock del Panda:
Tomar el subte en China es un placer: todo está señalizado en ingles, por lo que es fácil moverse. La parada de subte en la que hay que bajar para luego tomar el colectivo que te lleva al Centro de Conservación se llama Panda, por lo cual no fue difícil organizarnos antes de salir.
Cuando bajamos del subte sentí que estaba en una película. Desde el minuto cero todo se convirtió en un show: gente vestida con gorros, remeras, medias y hasta polleras con dibujos de pandas. La estación de subte decorada con pandas y al salir, colectivos amarillos con figuras que te llevaban una vez que comprabas tu entrada en el shop.
Quisiera que puedan ponerse en mi lugar: estaba en China. Llegue hasta ahí cumpliendo el sueño de hacer la ruta del Transiberiano. Cruce Rusia y Mongolia en tren, y después de mucho tiempo de investigación, estaba por entrar a una reserva natural a ver pandas.
Lo primero que hice fue sacar el celular para filmar. Y mientras lo hacía, empecé a llorar, mezcla de emoción por aquellos animales hermosos que estaba admirando y mucha tristeza y frustración al entender en dónde estaba. Mariano me miro con carita de desconcierto, y me di cuenta que a mi alrededor todos empezaban a hacerlo. Me trate de calmar mientras caminaba y me obligue a retener las lágrimas que querían seguir fluyendo.
En mi cabeza la historia tenía que ser otra: me imaginaba un lugar seguro, tranquilo y silencioso. Me imaginaba a quienes íbamos a ingresar en silencioso, con mucho respeto. Imaginaba que quizás, subíamos a un jeep para ir recorriendo y ver desde lejos como era la interacción y vida de los pandas. Nada de esto fue así.
Desde el bus amarillo con fotografías de pandas, aquella imagen armoniosa que había inventado comenzó a desvanecerse. En su lugar, aparecieron las cámaras con flashes vibrantes, los gorros de colores y los gritos de la gente.