En octubre del 2019, sentada en el hall del hotel de Pekín, en el que habíamos vivido por 14 días, empecé a escribir mi libro. Ese, en el que quiero compartir y contar mi historia a quien tenga las ganas de darme un abrazo eterno y tenerme a su lado sin importar cuánto dure este rato.
Hoy, con la entrega de este Shock en Viaje, les envío un pedacito de mi vida antes de ser un viaje. Les quiero regalar un pedacito de lo que habrá en este libro, y contarles la historia de una parte muy importante de esta vida en viaje.

Romper, Desarmar , Dejar Ser:

Si hace unos años, cuando practicaba casi a diario encerrarme a llorar en el baño de la oficina, me hubiesen dicho que iba a lograr salir de viaje y cambiar – mejor dicho – transformar y reconstruir mi vida, no lo hubiese creído. Les hubiese contestado que eso a mi no me iba a pasar, simplemente porque hay gente que nace con estrella, y otros estrellados; y claro está que yo me creía la reina indiscutible del pueblo de los estrellados. 
 
En ese momento lo que más me pesaba (además de estar encerrada como un mini cactus de departamento de Recoleta, trabajando todos los días sin recibir nada que me hiciera sonreír a cambio) era la seguridad de que nunca iba a poder cambiar esa vida que llevaba. Esa certeza, esa creencia de que las cosas son dadas de una vez y para siempre, era lo que me estaba secando. 
 
Así me sentía día tras día: como un arbolito con las raíces firmes en una maceta sin color, sin flexibilidad ni brillo. Veía como mis hojas no crecían más de la cuenta, y como mi capacidad de jugar y ser creativa, poco a poco se iba acotando, se iba acomodando y acostumbrando a mi pequeño espacio cuadrado. 
 
Lo importante es que, dos años después de haber desplegado, de haber destruido y estar pegando de poquito los nuevos azulejos que quiero que tenga mi maceta, veo hacia atrás y me doy cuenta que nada fue en vano.No te voy a mentir, a decir que de repente vendí todo y me fui a darle la vuelta al mundo. No. Porque decir eso no sería mi verdad. Todo lo que hice, lo que hicimos, está construido y atravesado de mucho esmero, de muchas ganas y lágrimas, pero sobre todo, esta maceta en la estoy expandiendo mis raíces – ahora más fuertes y más vibrantes – está construida con mucho, mucho amor. 
 
Decidí relatar el proceso a través de tres ejes: Romper, Desarmar y Dejar ser. La venta del sillón rojo, es el desarme de la vida tal y como la conocía hasta el 2017, para empezar de a poquito a rearmarme. 
Vidaenviajee

La venta del sillón rojo – Desarmar:

Me senté en el sillón y llore con fuerza (no les voy a mentir, llorar con fuerza es lo que mejor me sale para dejarme morir y revivir). Mariano me miraba mientras jugaba con el control remoto de la Tv que todavía no habíamos vendido. Estaba sentado en la mesa, mirándome. En ese momento, como en tantos otros, solo quería desarmarme. 
 
Habíamos estado discutiendo por la venta de las cosas de la casa. Para irnos a vivir un año a Dinamarca, decidimos que lo mejor era vender todo lo que teníamos: ropa, muebles, autos, platos, cubiertos. Todo. Por esos meses (entre agosto y diciembre de 2017) yo estaba en modo maquinita expendedora de tickets: clasificaba nuestras cosas en un excel, sacaba fotos, editaba y publicaba en todas las redes sociales y grupos de whatsapp que encontraba. Lo hacía de forma casi automática, sin pensar que cada cosa que habitaba en nuestra casa, la habíamos comprado juntos, elegido con paciencia, con amor y respeto. Cada mueble que formaba parte de nuestra vida por ese entonces, fue parte de una fracción de nuestra historia. Y en ese momento, en mi afán y exaltación de cumplir el sueño de irme a vivir el mundo, me puse a vender nuestras cosas como si no tuviesen alma, como si nada importara. 
 
Así andaba por esos días, cuando Mariano me frena esa tarde mientras lloraba hecha una bolita en el sillón y me dice: “¡para gorda! ¿acaso esto no te importa? ¿Como podes estar publicando a $2.500 el sillón que compramos?” El precio es anecdótico, todo tuvo un valor irrisorio en esa venta compulsiva de cosas. Lo importante era vaciarme, quedarme libre para encontrar en el camino con que volver a ensamblarme. 
 
En ese momento, ahogada por los mocos y las lágrimas, entendí que no era el monto lo que importaba, claro que no, era lo que el sillón – que todavía tenemos – significaba: era Beatriz (nuestra perrita rescatada) creciendo en casa. Subiendo, durmiendo en él. Eran los días, las noches de sentarnos y abrazarnos. Eran las series que habíamos compartido, las miradas, las siestas del sábado por la tarde cuando el sol nos pegaba en la cara. El sillón, eran las charlas mientras planeábamos como continuar nuestra vida. Eramos los tres jugando. 
 
Ahí comprendí y explote en llanto. Lloraba de culpa, por no haber podido darme cuenta de todo lo que estábamos dejando. Lloraba por la emoción de estar a punto de cumplir un sueño, y lloraba también porque la ansiedad de no saber lo que iba a pasar también me estaba consumiendo. 
 
Cuando lees por ahí que alguien “dejó todo para…” no esta hablando solo de un trabajo, o un auto. No está hablando de la ropa que vendió o regaló. Está hablando de una forma de vivir la vida, de emociones, anécdotas, de momentos. Habla de creencias; de personas, de familia y deseos. Dejar todo implica ponerle un punto final a una historia, dar un cierre y volver a empezar. Implica sentarse una vez más en el sillón y llorar. 
 
Mariano se levantó de la silla y se sentó en el sillón conmigo, para abrazarme. Lo acompañó Beatriz, que movía su cola sin parar, como hace siempre, aunque no termine de entender a que estamos jugando. Nos sentamos los tres en el sillón una vez más, Bea ocupando prácticamente todo el espacio, y Mariano y yo, a su lado abrazados. 
 
No vendimos el sillón ese año. Decidimos que cuando volviéramos a tener una casita, él iba a dormir otra vez parte de esta familia. Queríamos, queremos, volver a empezar y vernos los tres ahí: sentados, abrazados, jugando con Bea una vez más. Hay cosas que se convierten en parte de la historia de una familia, que aparecen en las fotos, en las fiestas, en la memoria. Hay cosas que no podes dejar simplemente, porque te acompañan, te sostienen, te ayudan a continuar o a volver a empezar. 
 
Hasta este entonces, la historia del sillón termina con un final feliz, ya que decidimos dejarlo guardado junto con unas cuantas cosas que nos quedamos para una nueva futura casa (entre ellas, muchos libros y recuerdos de viajes que habíamos hecho hasta ese momento). 
 
Los últimos meses en Argentina transcurrieron de forma extraña para mi: mientras tenía que desarmar mi casa, tenía que fingir en el trabajo que nada pasaba. Continuar con mi día a día, y hacer crecer el emprendimiento digital que estaba comenzando a desarrollar. Y, como si todo esto no implicada ya suficiente caos, teníamos que mantener en armonía nuestra relación con Mariano. Entre tanta venta, tanto movimiento, no es fácil terminar el día en paz, sin inventar peleas destructivas, solo por el arte la costumbre de destruir lo que tanto tiempo llevo construir. 
 
Desarmar la casa que teníamos fue lo más difícil que hice hasta ahora, y eso que en estos 31 años llevo desarmadas más de 4 casas en mi historia. Creo que esta necesidad del nomadismo viene acompañada de una larga vida de mudanzas.
 
Cuando era chiquita, esto no me gustaba, pero la historia siempre cambia, y esto es algo que van a tener que leer después, cuando el libro de mi vida en viaje llegue a sus manos. 
Vidaenviajee

Rearmar:

Hasta aquí, la historia tenia su final feliz. Lo que nunca pensé es lo que iba a pasar 9 meses después de escribir este relato:
 
Tengo que contarles que el sillón rojo ya no está. No fue mi decisión que ya no forme parte de la casa que por la pandemia mundial que estamos atravesando tuvimos que inventar en Buenos Aires de un día para el otro. No. Fue una decisión que Mariano tomó en el medio de un ataque de pánico, y que decidí acompañar unos cuantos días después de haberme enterado. Para serles sincera, otra opción no tenia. Lo único que podía hacer era procesarlo y bancar a Mariano. 
Si me dio tristeza? Claro que sí, contaba con tener el sillón rojo como parte invaluable de mi familia con Mariano. Contaba con poder llevarlo a donde sea que me iba a instalar, y terminar de escribir en él, con Bea a mi lado, el libro que empecé en el hall del hotel en Pekín. 
 
Pero una vez más, tengo que hacerme la idea de que no siempre las cosas salen como las planeamos. El día que me entere que el sillón ya no estaba, un pedacito de mi se murió. No fue trágico, no. Fue un poquito angustiante y desalentador. Pero después de dos años de vivir en viaje, decidí que prefería quedarme con el recuerdo de todo lo que ese sillón rojo había significado. Y escribir sobre lo que en mi vida marco. Porque al fin y al cabo, es lo que mejor hago…
 
 
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