¿Qué ves cuando comes?

En junio del 2019 retome terapia online. Ya llevaba más de cinco meses en Francia y la cosa no avanzaba. Me sentía perdida, angustiada. El trabajo no me gustaba y cada día que pasaba me sentía más solitaria. 
 
En una de las sesiones, le conté a mi psicóloga como había sido mi experiencia trabajando en una cocina, apenas llegue a Niza. Los días allí fueron terribles, todavía tengo las marcas de los cortes que me hice con el cuchillo porque no paraba de cortar pan y tomate, las quemaduras en los brazos por chocarme contra las freidoras mientras corría de una estación a otra, y un malestar enorme por saber que yo pude elegir irme de ahí, pero hay gente que no tiene otra opción y no le queda otra que quedarse y aguantar. 
 
Un día llegue a mi trabajo y quise saludar a la jefa de la cocina. Su reacción fue terrible: se separó de mí con una mano y con la otra en alto me dijo “No”, ya no podemos saludarnos. Ya sabía que no podíamos hablar entre nosotros en horario de trabajo (entre 8 y 11 hs al día), tampoco podíamos sentarnos más de media hora por turno, no podíamos reírnos, cantar, ni comer algo que no estuviera estipulado. 
 
Pero ahora, además, no podíamos saludarnos. ¿En donde estoy trabajando, qué es esto? Me siento totalmente deshumanizada, le dije a Andrea durante esa sesión de terapia. Trabajo más de 10 hs al día, 6 veces por semana, y no puedo ya ni saludar cuando entro o me voy de ese agujero que es la cocina de uno de los restaurantes más concurridos de Niza. ¿Alguien se imaginará lo que pasa acá? ¿Alguna vez pensaste cómo es trabajar en un lugar donde te sentís terriblemente borrado como ser humano?
 
Así fue como terminé en La Marinette un sábado de junio, pleno verano, haciendo la tarea que Andrea me había sugerido durante la sesión mientras yo secaba mis lágrimas: anda a sentarte a un bar, observa, escribí, compenetrate con el lugar en el que estás viviendo. No lo dejes pasar, y no dejes que una mala experiencia te ciegue frente a todo el resto. 
Vidaenviajee

42 grados a la sombra y una sonrisa que es falsa:

Me detuve a observar cómo trabajaban los mozos en ese bar: visten pantalones largos, era obvio que estaban muy acalorados. Veo su sonrisa, sus dientes blancos, pero siento sus nervios, el estrés que están pasando. 
 
De repente suena una campana. 1,2,3,4 veces, esta desesperada. Me doy vuelta para ver que pasa, quiero preguntar: ¿se está quemando tu casa? pero no, antes de abrir la boca, veo que por debajo de la ventanita que separa la recepción del bar de la cocina, asoma una mano y deja un sándwich a la espera de que este mozo sonriente vaya corriendo a buscarlo, como si nada más importara. 
 
Son las 11am de un sábado muy caluroso. Vine a la Marinette a buscar un poquito de paz, de inspiración, de conexión con mi nuevo hogar. El sol me pega tan fuerte que me levanto y cambio de mesa. No hay nadie en la sombra, así que aprovecho para sentarme a observar. 
 
Suena la campana nuevamente. Es un ruido que hace casi 2 meses no escuchaba, y así y todo logró sobresaltarme, moverme de mi espacio una vez más. Quizás no todos comprendan lo que ese ruidito que parece insignificante significa en realidad para el ser que está sonriendo mientras te tomas todo tu tiempo para pensar: ¿quiero café o té? ¿me recomendas helado de dulce de leche o frutillas con nuez?
 
Es un ruido que te paraliza al nivel que estando inmovilizado comenzas a andar igual. Los brazos se mueven automáticamente, con prisa y sin calma. Las piernas duelen, pero no se sienten. En la cabeza ya no queda prácticamente nada. ¿Y el dolor de espalda? te preguntarás, es tan grande que ya no está.
Y, mientras tus brazos siguen bailando al compás de los tomates, lechugas y frituras, limpiando, corriendo, moviendo cajas de naranja y freidoras sin parar, se escucha esa campana nuevamente: 1, 2,3,4 veces. Y, como si pudieras percibirlo, el grito que te hace llorar aparece.
 
¿Es acaso una cuestión de vida o muerte? claro que no, pero eso parece. 
 
Y, mientras veo desde mi sillita a la sombra cómo el mozo sale corriendo y deja a una mesa boquiabierta y sin atender, automáticamente me transporto a mis días en la cocina: sigo bailando entre cajones, frituras y pañuelos de limpieza y, esa persona que vos ves tan risueña aparece. Me mira buscando complicidad, le sonrió, cuando realidad quiero abrazarlo y llorar. Y lo veo desvanecerse: vos recibís tu sandwich caliente, y a él le esperan varios minutos de gritos sin sentido, de estar con la cabeza mirando para abajo y callar, porque la campana sonó 4 veces y él no llegó a tomar el pedido a tiempo, correr y agarrar el sándwich antes de que la campana comience a sonar. 
 
Escucho ese ruido nuevamente, le doy un sacudón a mis ideas y vuelvo al tiempo y espacio actual. Esta vez no estoy entre frituras, esta vez no tengo que tocar la campana y poner cara de mala si el mozo tarda 1 segundo más, esta vez, decidí sentarme del otro lado, simplemente a observar. Suena 1,2,3,4 veces. El mozo ya no sonríe. Ya sabe lo que vendrá.
Vidaenviajee

Una historia real:

El 19 de marzo escribí en mi cuaderno: hoy me duele mucho todo; los brazos de hacer fuerza y cortar verduras, las piernas, pies y cintura por estar parada todo el día; la espalda, porque toda la vida lo hizo, no va a dejar de hacerlo ahora. También me duele un poquito el alma, me pregunto mucho que es lo que estoy haciendo acá.¿Por qué vine a Francia? ¿por qué me quedo en este lugar? Intento respirar, pero me gana la ansiedad. La eterna lucha entre lo que quiero y lo que tengo vuelve a comenzar. 

No sabía que en la cocina el fuego quema mucho, más en verano, y la noche es mucho más larga en invierno. No sabía que las horas son eternas, que los descansos son pocos, que los cuidados para que nada salga mal son increíblemente minuciosos. No sabía que además de tener el stock al día de forma constante, hay que preparar, limpiar, correr, controlar, no equivocarse, limpiar de nuevo, no desperdiciar. No hacer algo más chico o más grande de lo que esta estipulado, volver a limpiar. No hablar. No saludar. No reírse, no llorar. Y quizás, si te enfermas y no podes ir a trabajar, esa semana no te dan la propina que se reparte, simplemente porque no estabas donde tenías que estar. 

Esa persona que te atiende, te sirve, te sonríe, está corriendo hace 8 horas sin importar si llueve o si el sol te invita a desmayarte al pasar. Esa persona que armó tu plato con tanto esmero, quizás después de eso tuvo que tragarse las lágrimas porque alguien le gritó que todo estaba mal.

 Veo por el vidrio a quien toca la campana desesperadamente, ¿no se dará cuenta que el mozo no puede correr más? No te estreses, tu sandwich va a llegar caliente igual. Solo te pido, te aconsejo, te recomiendo, que seas más amable cuando te sientes en cualquier lugar. Sonreirles, preguntale como esta; de dónde es, que hace acá. Dejale propina, dales las gracias, hace de que su día sea un poco mejor de lo que puede esperar. 
 
Vidaenviajee

La suerte no puede esperar:

Un día descubrí que era fuerte, cuando me tiré boca abajo en un acantilado en Irlanda y, mientras miraba como la olas rompían contra las piedras y mi pelo revoloteaba contra mi cara helada, me puse a llorar de alegría por poder estar disfrutando de este momento tan especial. Yo, que de un día para el otro empecé a tener miedo en las alturas cuando la naturaleza me abombaba, de repente estaba colgada boca abajo riendome de todo mientras el viento me acompañaba. Ese día de abril del 2018, volví a creer en mí. Porque después de mucho tiempo, me sentí fuerte y capaz de disfrutar lo que estaba eligiendo y construyendo. 
 
Pero esta historia no se trata de como superé mis miedos y me di cuenta que era mucho más fuerte; sino de contarles como fueron mis meses trabajando como ayudante de cocina. Esa fortaleza que descubrí aquel día, tirada en el piso llorando y riendo en un acantilado, volvió a aparecer hace un tiempo; cuando volví a casa envuelta en un manto de olor a fritanga y un llanto que no me largaba.
 
Resulta que estuve expuesta a un contexto de violencia, de esos que pueden llegar a pasar desapercibidos si no frenas a pensar en lo que pasa. Y son los más peligrosos, porque te podes acostumbrar tanto a vivir así, que lo transformas en algo natural. 
 
Entre marzo y mayo del 2019 trabajé en un restaurante del que solo me habían hecho malos comentarios. Me contaron de los gritos, de los malos tratos. Me dijeron que siempre decidían cuando iban o no a pagar propina. Todo eso me lo avisaron. Pero yo quería trabajar igual, así que pinté mis pestañas para la entrevista y me esmeré en quedar, quería tener la oportunidad de trabajar ahí igual; y, apenas lo hice, entendí como funcionaba, comencé a percibir todo aquello de lo que me habían advertido. 
 
A los pocos días de comenzar a trabajar volví a casa llorando. Mariano me abrazó con fuerza y me dijo que renuncie, que ya estaba, pero yo entendí que necesitaba quedarme ahí un poco más, que había algo de todo esto que tenía que aprender, que descubrir. Me sequé las lágrimas, y decidí que al otro día no me iba a dejar pisar. Me acordé de los acantilados y entendí que era fuerte. Que soy fuerte. Entendí, y recordé, que puedo tomar las riendas y darle forma a mi destino. 
 
Asique comencé a hablar. Frente a cada problema, yo iba y lo planteaba, expresaba mi malestar y mi desconformidad. Les decía, cuando algo me parecía que tenía que ser de otra forma. Entonces la cosa se puso más en mi contra aún, porque ya no me callaba y ahí me acordé que los violentos, abusivos, te quieren mirando al piso. No te quieren oír cantar ni soñar. No te van a dar lugar a crear. 
 
Cuando conseguí otro trabajo me fui de ahí, porque entendí que había llegado a mi fin en ese lugar, porque no hay razón por la cual sentirme fuerte tenga que estar ligado a aguantar el maltrato de alguien mas. Gracias a eso recordé cuando hace muchos años le pregunté a alguien que vivió en una situación de violencia: “¿por que te quedaste tanto tiempo?” Esa persona no pudo responderme. Quizás no pudo procesar por qué se había quedado. Pero yo sí puedo, estoy trabajando aun en eso. 
 
De fondo suena Queen y me dice: Open your eyes. Estás construyendo la mujer que queres ser: enamorada, viajando, libre, independiente. Solo dependes de vos para hacer lo que viniste a hacer: conocer el mundo, vivirlo, experimentarlo: lo bueno y lo malo, porque como siempre digo, hay muchas historias que contar mas allá de lo lindo que sean las fotos que subo a Instagram. 
Compartir en:

Otros Artículos