LA VIDA DEL VOLUNTARIO:

En estos años de viaje, conocí gente que sale al mundo de muchas formas; con sueños, ideas, proyectos y premisas diferentes. Están los que eligen repartir los días de vacaciones a lo largo del año, para aprovechar con algún que otro feriado; los que deciden usar ahorros para salir a descubrir el mundo sin fecha de vuelta cercana. Los que usan visas de trabajo, y van mudándose año tras año de país – o continente. Están los que trabajan a distancia: pasando largos meses en un solo lugar, para disfrutar y conocer nuevas culturas mientras terminan o comienzan proyectos. 
Y después, están aquellas personas que me costó un poquito ms descifrar: aparecen por la mañana llenos de energía, cantando y bailando como si la vida les sonriera sin parar. De a ratitos los percibís aislados, como si estuvieran en algún estado de trance extraño. Pero conforme pasan los días, si prendes tu botoncito de empatía y observación, podes llegar a comprender la sonrisa inmensa de ese extraño que te ayudó ayer a preparar  el cafe. 
 
Empecé a notar por donde iba viajando que, si abrís tus ojitos y apagas por un segundo los auriculares, vas a irte con un nuevo amigo, muchos abrazos y grandes recomendaciones para poder continuar. A lo largo de estos años, cuando comencé a abrirme y aceptar al otro, pude ir entendiendo que aquellas personitas que me resultaban de a ratos extrañas, porque las notaba con una energía diferente, eran voluntarias en el lugar donde me encontraba. 
 
 
¿De qué se trata esto? comencé a preguntar cuando me di cuenta que cada vez eran más los amigos que comenzaban a voluntariar a lo largo y ancho del mundo. De viajar – me respondieron – se trata de ayudar, aprender, dar tu tiempo y habilidades a cambio de alojamiento. De eso se trata la vida del voluntario. 
 
BUM, mi mundo explotó una vez más, cuando comencé a entender que otra vez, me exponía a conocer una forma forma de vivir. Una una forma de trabajar. Una una forma de viajar totalmente diferente y ajena a la que conocía hasta ese momento. 
 
Como muchos saben, el 2019 fue un año de cambios constantes, hicimos la Working Holiday Visa en Francia, pero nos fuimos de viaje a mitad de camino. En ese momento tuvimos la necesidad de vivir el mundo de otra forma, de conocer lugares que hace mucho deseábamos conocer y sobre todo, empezar a vivir otras experiencias. Estar en movimiento constante fue la premisa de esta aventura a través de Rusia, Mongolia y China, para terminar buceando y conectando con la cultura tailandesa a mil revoluciones por hora. 
Se podrán imagina el cambio trascendental que vivimos en apenas 4 meses: pasamos de tener un departamento y trabajos estables en el Sur de Francia, para movernos sin rumbo con una pequeña mochilita mientras íbamos viendo sobre la marcha como continuar esta vida en viaje. 
 
Así fue que nos topamos nuevamente con diferentes personas, con sus historias y con otras versiones sobre la vida del voluntario: aquella persona que necesita estar un tiempito fija en un lugar, para poder acomodar y acomodarse en el mundo nuevamente. Aquella persona que luego de varios meses de andar pateando diferentes rumbos, llenándose de otras realidades y entendiendo su vida como una experiencia, necesita frenar, entender lo que está pasando y recargar energías para continuar. O simplemente, aquella persona que quiere experimentar por un determinado tiempo, algo nuevo en su vida.
La vida del voluntario está ocupada por horas de trabajo, por muchas ganas de ayudar y aportar algo que sume en el mundo. Implica poner el cuerpo, las habilidades que sabemos que tenemos – y las que vamos a descubrir en el camino – y la energía de nuestro día a día, al servicio de algo y de alguien más. Es estar en contacto con miles de personas y culturas a toda hora, o de alejarnos y escaparnos a vivir en un estado más simple y natural del que teníamos como conocido.
 
Cuando nos llegó la oportunidad de hacer un voluntariado, ya habiendo vivido a través de nuestros amigos lo que significaba, y por ello no dudamos en dar el paso: así fue como entre noviembre y diciembre de 2019 tuvimos nuestras primeras experiencias de voluntariado en el Sur de España, utilizando la plataforma de Worldpackers para encontrar el lugar y destino donde iríamos a voluntariar.
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¿QUÉ ES UN VOLUNTARIADO?

La experiencia del voluntariado es tan variada como host y voluntarios hay alrededor del mundo. ¿A qué me refiero con esto? simple: todo depende de lo que vos estés buscando, de lo que necesites vivir, aprender y devolverle a la ciudad o comunidad en la que quieras estar un tiempo. Pero, también depende de lo que el host te de y necesite a cambio. 
 
Hay quienes se van a Camboya a enseñar ingles a niños o adultos de una determinada comunidad. O quienes participan del activismo y están largos meses en Tailandia ayudando en santuarios o reservas donde rescatan elefantes. También están las personas que necesitan ahorrar unos mangos y trabajar en un pequeño hostel mientras conocen París y se enamoran de sus encantos. O quienes se van a Suecia en pleno invierno a ver auroras boreales y palear nieve en pleno invierno. 
Hay de todo, para todos. 
 
Me gustaría definir un voluntariado como una oportunidad de conocer en otro nivel una ciudad, un pueblo o comunidad. Es la oportunidad de trabajar y explorar tus habilidades para hacer cosas que de otra forma no se te hubiese ocurrido que podrías. Es la oportunidad de explorar lo que hay en vos, y de aceptar lo que cada lugar te va a dar. Es la oportunidad, además, de viajar por el mundo y ahorrar en alojamiento, recibiendo y dando a cambio lo que la experiencia requiera. 
 
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CREANDO CONTENIDO EN EL SUR DE ESPAÑA:

A través de la aplicación de Worldpackers conocimos a Bianca, una brasileña con un español hermoso y una vibra muy particular. En ese momento estábamos en Italia, viviendo en la casa de nuestros amigos mientras intentábamos decantar el viaje por Asia inmenso que acabábamos de realizar. 
 
En esas idas y vueltas de ideas y ganas de hacer cosas nuevas, decidimos que queríamos voluntariar por España para darle un cierre a esta etapa de nuestra vida en viaje. Así fue como llegamos a Bianca, quien necesitaba viajeros que tengan ganas de pasar un tiempo en su casa de Estepona, conociendo la ciudad y creando contenido para lo que en un tiempito será La Veranera Hostel.
 
Le enviamos un mensaje a través de la App de Worldpackers contándole nuestra experiencia viajera y el manejo que tenemos de redes sociales, y creación de notas para blogs. Luego de charlar un rato e intercambiar contactos, nos pusimos a buscar vuelos para viajar a Málaga y de ahí tomar un Blablacar para llegar finalmente a Estepona (es un hermoso pueblo del Sur de España).
 
Llegamos al mediodía del viernes 29 de noviembre y nos quedamos con Bianca y Dina (su hermosa gatita) una semana. Los días transcurrieron con la paz propia del lugar: sin prisa, con buena vibra y alegría. Estepona tiene el privilegio de no estar colapsada por el turismo masivo, por lo cual caminar por sus callecitas es una invitación constante a conocer las costumbres de la gente local. 
 
Todos los días hicimos algo diferente, con la idea de poder generar el contenido que Bianca necesitaba para luego utilizar en el blog y redes de su hostel. Por eso, caminamos y observamos mucho la vida del pueblo, charlamos sobre la vida, proyectos y sueños. Le contamos los nuestros, conectamos mientras nos cocinamos nuestros platos favoritos o salíamos de tapas para disfrutar de un invierno soleado como no hay en otro lugar. 
 
Sacamos y editamos muchas fotos, escribimos dos notas para su blog. Conocimos la casa que pronto se convertirá en La Veranera Hostel, pero sobre todo, forjamos con Bianca una hermosa relación. La experiencia fue 100% positiva, nos llenó de una vibra diferente a la que teníamos, nos ayudo a seguir explorando la vida del voluntario, nos contacto con lo que sería unos días más adelante, nuestra primer experiencia viviendo y trabajando en un hostel.
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LA VIDA DE HOSTEL:

Queríamos estar un tiempo más en España, aprovechar que ya habíamos comenzado a viajar de nuevo, y sobre todo, el hambre de vivir cosas nuevas que se manifestó cuando creímos estar agotados.
 
Llegamos a Córdoba a principios de diciembre, alrededor de las 4 de la tarde, luego de haber charlado con Ale para ingresar a trabajar al Hostel y continuar con esta vida de voluntariado. Allí nos recibieron nuestros compañeros, que en poco tiempo se convirtieron en amigos, en la familia y compañía que estábamos buscando. 
 
Nuestro trabajo consistió en estar con los huéspedes, en convertirnos en esa persona que te ayuda a preparar tu desayuno cuando recién te levantas y no entendes nada y, mientras esperas que se hagan las tostadas te guía y asesora sobre que lugares visitar. En esas charlas matutinas generamos hermosos lazos: escuchando historias de gente que hasta ese momento resultaba desconocida, pero que día tras día ya era parte de la familia. 
Entre cafecito, nuevas historias y tostadas, la mañana concurría mientras chequeábamos las camas, ordenábamos algún baño y nos abrazábamos a quien se iba con la promesa de seguir en contacto. 
 
Los almuerzos, las siestas, los mates por la tarde entre partidos de fútbol o caminatas para conocer el barrio se hicieron costumbre entre los voluntarios. Cada uno va encontrando su rol, porque todos terminamos siendo una parte fundamental de la familia que formamos: esta quien se encarga de poner fecha y hora para conocer una atracción cada día, o quien se encarga de cocinar y alimentarnos. También, el que pone fin al desastre que se genera en todos los cuartos, o el que toca la guitarra mientras todos cantamos. Las birras y tapas nunca falta, tampoco los enojos y las risas eternamente largas. 
Conforme los días pasaron, sentí que formaba parte de algo extrañamente gigante. Al principio creí que esa vida no era para mi: me costo unos días adaptarme al ritmo, entender los latidos y variantes que tenia esta nueva familia de la que estaba por ser parte. 
Pero, cuando logré relajarme y entregarme a la experiencia, tomó enseguida el sentido que necesitaba: de a poquito comenzó a aflorar lo mejor de mi, eso que me hacía sentir increíblemente viva y que por largos años deje dormir. 
Por las noches nos reuníamos en la terraza, entre cenas y sangrías pasó diciembre y casi casi no me di cuenta de como transcurrió el  tiempo. Mis horarios eran otros, trabajaba más de noche que de día. Desayunaba a veces 2 y a veces 3 veces. Mis almuerzos eran siempre acompañada, con mucha música y alegría. 
Aprendi a decir hola en varios idiomas, a disfrutar de los villancicos que sonaban cada atardecer. Tuve que trabajar mi paciencia, tolerancia, sacar la bandera del respeto para recordarle a quien a veces se la olvidaba. Charle mucho en italiano, abrace mis raíces. Hice amigos de todos lados. Conocí otras verdades, otras realidades. Me quedó grabado a fuego en el corazón que todos, todos, queremos vivir en paz y ser considerados iguales. 
 
Me reí a carcajadas, llore cuando hizo falta. Hice de nuevo amigos, que todavía extraño. 
Comencé la vida de voluntaria con el miedo propio de estar haciendo algo nuevo. Con la esperanza adormecida, creyendo que no podía estar tanto tiempo conviviendo con desconocidos en un mismo lugar, mientras trabajaba y dormía bajo el mismo techo. 
Hoy, revivo estos recuerdos con la nostalgia de quien extraña  día a día su hogar; con la certeza de que voluntariar es la magia que necesitaba para pintar de nuevos colores mi vida viajera. Me quedo con la alegría de haber probado algo nuevo, y por eso lo comparto y te invito a ser parte. 

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